PERDONAR PARA PODER SEGUIR





Reflexionando acerca del perdón y el olvido me doy cuenta de que mis ideas no son tan claras como yo creía. Me vienen a la mente numerosas situaciones que me generan dudas acerca de la necesidad o capacidad de perdonar, especialmente en aquellas en las que la vida tiene un papel importante. A través de estas líneas trataré de poner orden en medio de ese caos de palabras, ideas y pensamientos. 

Considero que el punto de partida es el error. No hay duda de que todos los seres humanos cometemos errores, fallamos, nos equivocamos; pues no somos perfectos. La pregunta es: ¿nos sentimos satisfechos después de haber actuado de esa manera? Y lo cierto es que no. El error, por pequeño o grande que sea, puede generar en nosotros un sentimiento de culpabilidad, de enfado con uno mismo, de fracaso… En estos casos la persona que comete la acción necesita sentirse perdonada para poder avanzar. De acuerdo con la Real Academia Española, perdonar es “dicho de quien ha sido perjudicado por ello: remitir la deuda, ofensa, falta, delito u otra cosa”. En otras palabras, necesitamos saber que la persona a la que hemos fallado o a quien hemos provocado un daño nos ha liberado de ese hecho. Pero perdonar no es tan sencillo. Puede parecer fácil perdonar a quien se te ha colado en la máquina del café o perdonar a un buen amigo que te ha ofendido, aunque quizás esto último requiera mayor esfuerzo y noches de consultarlo con la almohada. Sin embargo, ¿cómo perdonar a alguien que ha acabado con la vida de un ser querido? Personalmente admiro a esas personas que lo logran aun sabiendo que nadie les va a devolver a ese amigo o familiar, pues a mí me resultaría realmente complicado y ni siquiera sé si sería capaz de hacerlo.
Estamos cansados de oír que “el tiempo todo lo cura”, que basta con dejar pasar los días para que desaparezca de nosotros el dolor, el sentirnos defraudados o traicionados, la pena y un sinfín de sentimientos negativos. ¿Realmente creemos que únicamente el paso del tiempo va a solucionarlo? Para mí, es como poner una tirita a una herida de gravedad: por muchas tiritas que te pongas, si lo que realmente necesitas son puntos o incluso una operación, la herida no va a solucionarse. A lo mejor impides que se infecte, pero seguirá estando ahí. Por ello no basta con esperar, pues la herida que nos han hecho acabará transformándose en un sentimiento de rencor muy difícil de extirpar. Aunque duela es necesario coserle puntos, es decir, perdonar a quien nos ha hecho daño para poder seguir el camino sin nada que nos impida disfrutarlo al máximo.
No cabe duda de que hablar de perdón implica hacer referencia, en cierto modo, al olvido. En contraposición a la frase “perdono, pero no olvido” se encuentra la concepción de que perdón y olvido son como amigas que deben ir juntas a todas partes, ya que “sin olvido no hay perdón”. Considero que esta idea es errónea, puesto que el hecho de perdonar no implica un borrado automático de lo ocurrido. El problema es que tenemos un concepto equivocado de lo que supone no olvidar, pues tendemos a pensar que eso nos llevará al odio y al rencor. Pero no es así. El hecho de no olvidar nos ayuda a aprender de las situaciones vividas para evitar que se repitan en un futuro; no solo en nuestras vidas sino también a lo largo de la historia. Por tanto, no debemos olvidar perdonar pero podemos perdonar el hecho de no olvidar.  




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