¿CUESTIÓN DE CANTIDAD O DE CALIDAD?
De acuerdo con la Real
Academia Española, una familia es un “grupo
de personas emparentadas entre sí que viven juntas”. Como consecuencia de
los múltiples cambios que ha experimentado la sociedad a lo largo de las
últimas décadas, han surgido numerosos tipos de familia cuya definición difiere,
en ocasiones, de la recién mencionada. A través de este ensayo trataré de dar a
conocer las ideas que tengo sobre el tema del que venimos hablando, para lo que
rebuscaré en las experiencias vividas a lo largo de mis veinte años.
Quizás mi familia no se
corresponda con el modelo tradicional de familia, es decir, padre, madre e
hijos. Tampoco formo parte de una familia numerosa ni tengo una gran cantidad
de tíos y primos. Pero, ¿es esto lo que de verdad importa? En ese afán que
tenemos por evaluar todo, incluida la familia, ¿es más importante la cantidad o
la calidad? Personalmente, creo que es más valiosa la segunda. Si consideramos
que todos los miembros aportan la misma cantidad de una virtud-por ejemplo, el
amor-, no hay duda de que habrá más amor en un familia de siete hermanos que en
una de dos. No obstante, bien sabemos todos que esto no es así. Cada uno aporta
de una manera diferente a los demás, y lo realmente interesante es la calidad
de lo aportado. Puede que esta idea se vea más claramente si ponemos el foco sobre
el mundo de la educación. Pensemos por un momento en qué hace a un profesor
convertirse en un buen profesor. ¿Son las excelentes calificaciones obtenidas
por sus alumnos? ¿Acaso incontables horas de formación? ¿O es por el contrario
la relación que establece con los alumnos, la atención y ayuda individualizada,
la capacidad de escucha…?
Haciendo un recorrido por mi
vida, me he dado cuenta de que en la gran mayoría de recuerdos que forman parte
del cajón de “no borrar” están presentes esas personas de mi misma sangre que
me han hecho ser la persona que soy a día de hoy. Si soy sincera, la ruptura
familiar que experimentamos trajo consigo unidad. Puede parecer contradictorio,
pero creo que todos lo hemos vivido así. Los lazos se volvieron aún más
fuertes, la ayuda mutua se convirtió en ingrediente fundamental y el cariño se multiplicó
exponencialmente. Relacionado con determinadas noticias oímos muchas veces por
la calle frases como “tienen que pasar cosas así para que se tomen medidas”. En
mi caso ocurrió algo parecido, pues no fue hasta después de ese suceso cuando
fui consciente de la verdadera importancia que tenían para mí las personas que
me habían acompañado desde que llegué al mundo. Tan solo somos 9, algo que para
muchos resultará inimaginable. Sin embargo, para mí es más que suficiente; pues
de cada una de las 8 personas que conforman junto a mí ese pack he aprendido
cosas que me han hecho abrir los ojos y valorar lo que de verdad vale la pena
en esta vida. A fin de cuentas, lo importante no son tanto los números sino la
calidad de la relación que establezcan.
Debo confesar que, a pesar
de que mi familia no cumpla estrictamente con los cánones tradicionales, en
ella es donde encuentro amor, paz, consejo, confianza, lecciones de vida y
empujones hacia delante cuando el camino se vuelve una carrera de obstáculos. Y
es que, al fin y al cabo, las mejores obras literarias o cinematográficas no
son aquellas que plasman una realidad idílica que cumple con exactitud ciertos
patrones. Ni siquiera las historias de Disney son así.